Iba caminando tranquilamente,
sin rumbo fijo, distraído, pensando en sus cosas y para cuando se vino a dar
cuenta ya estaba ante aquella puerta. Su subconsciente le había llevado hasta
allí. Se detuvo y contempló el reloj. Aún no era muy tarde, podía entrar un
rato. Algo dentro de él se removió. Hacía tiempo que se había prometido a sí mismo
no cruzar es puerta de nuevo. Pero una vez delante de ella, no pudo resistir la
tentación. Necesitaba saber si seguía ahí dentro. Tomó aire y cruzó el umbral.
En el interior había gente y hacía más
calor que en la calle. Saludó al pasar, pero nadie le respondió. Inspiró. Aquel
lugar seguía conservando aquel olor a humedad que tantas noches le había
asaltado en sueños. Echó un vistazo rápido por los estantes, mientras paseaba
tranquilamente, buscándola. Habían cambiado la disposición de muchas cosas
desde la última vez que sus pasos, traicioneros, le habían llevado hasta allí.
¿Tanto tiempo había pasado? No podía recordarlo, no obstante, le pareció una eternidad,
aunque sus sueños le transportaran a ese lugar con bastante frecuencia.
Continuó caminando y entonces se encontró de frente con ella, al fondo de la
estancia. Donde la recordaba. Iluminada por la tenue luz azulada de los tubos
que iluminaban la habitación. Tenía brillo propio. Resaltaba sobre las demás.
Se acercó para contemplarla más de cerca. Tenía unas curvas armoniosas, de
belleza singular. Se hallaba ensimismado mirándola cuando una voz jovial a su
lado le sobresaltó: "¿Le puedo ayudar en algo?". "¿Podría tocarla?" dijo sin apartar la vista de ella; su voz tembló levemente. “Adelante,
cógela” Le respondió
Lentamente extendió la
mano y la alcanzó. Su tacto era frío y suave. Sentía un agradable hormigueo en
el estómago mezclado con el pesar de saber que nunca podría permitírsela. Había
soñado tantas veces con ese momento… Suspiró. Se sentó y la acomodó en su regazo.
Acarició suavemente sus cuerdas y se produjo la magia. Un sonido cálido inundó
toda la sala hasta apagarse y entonces supo que estaban hechos el uno para el otro y que no sería capaz de salir de la tienda sin ella.
Una vez me enamoré de una viola. Era una viola vieja, había pasado por varias manos, tenía sus propias cicatrices. Ésas son las mejores. Y su sonido...
ResponderEliminarLa dejé pasar, y me arrepiento tantísimo. Me alegro de que tú pudieras quedarte con ella.