Tomó papel y
lápiz y comenzó a trazar formas en un papel. Esa mirada le había impactado
desde el principio, pero aquella tarde, al volver a verla en esa foto, había
sentido la necesidad de plasmarla tal y como él la veía.
Sonaban
acordes de rock mientras sentado en su mesa de trabajo, hacía varios bocetos
que siempre acababa por desechar. Disfrutaba del momento como un niño que
saborea un caramelo. Hacía mucho tiempo que no pintaba y se dio cuenta de que
lo echaba de menos. Acariciar suavemente sobre el papel cada uno de sus rasgos
le hacía sentir que ella estaba con él, en esa habitación. Sonrió ¿Sentiría
desde la distancia un suave cosquilleo en la cara cada vez que la mina recorría
el folio? Jamás podría saberlo, mas era una duda agradable. Se hallaba sumido
en estos pensamientos cuando se dio cuenta de que la música había dejado de
sonar. Llevaba ya horas con la misma lámina. Paró un momento para observarla, escudriñando
cada detalle, recorriendo cada rincón de su rostro. Empezaba a parecerse a la
imagen que él guardaba en su cabeza. Satisfecho, continuó perfilando formas. Dejó que el lápiz fluyera sobre el papel
trazando finas líneas que poco a poco fueron definiendo sus cabellos. Sombreó
suavemente esos labios con los que tantas veces había soñado y naufragó en sus
ojos al dibujar una a una las pestañas que enmarcaban aquella mirada tan
especial.
La luna lucía
alta sobre el cielo estrellado cuando dejó el lápiz sobre la mesa. Bostezó
cansado. Sus manos estaban manchadas por el carbón de la mina y sus ojos, secos
de mantener la atención durante tanto rato, parpadeaban con rapidez en un intento
de conservar la humedad. Contempló con satisfacción el resultado de una tarde
de intenso trabajo. Le había costado, pero finalmente, sintió que lo había conseguido;
ante él lucía imponente el retrato de una joven de mirada oscura y soñadora.
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