sábado, 19 de enero de 2013

El retrato


Tomó papel y lápiz y comenzó a trazar formas en un papel. Esa mirada le había impactado desde el principio, pero aquella tarde, al volver a verla en esa foto, había sentido la necesidad de plasmarla tal y como él la veía.
Sonaban acordes de rock mientras sentado en su mesa de trabajo, hacía varios bocetos que siempre acababa por desechar. Disfrutaba del momento como un niño que saborea un caramelo. Hacía mucho tiempo que no pintaba y se dio cuenta de que lo echaba de menos. Acariciar suavemente sobre el papel cada uno de sus rasgos le hacía sentir que ella estaba con él, en esa habitación. Sonrió ¿Sentiría desde la distancia un suave cosquilleo en la cara cada vez que la mina recorría el folio? Jamás podría saberlo, mas era una duda agradable. Se hallaba sumido en estos pensamientos cuando se dio cuenta de que la música había dejado de sonar. Llevaba ya horas con la misma lámina. Paró un momento para observarla, escudriñando cada detalle, recorriendo cada rincón de su rostro. Empezaba a parecerse a la imagen que él guardaba en su cabeza. Satisfecho, continuó perfilando formas.  Dejó que el lápiz fluyera sobre el papel trazando finas líneas que poco a poco fueron definiendo sus cabellos. Sombreó suavemente esos labios con los que tantas veces había soñado y naufragó en sus ojos al dibujar una a una las pestañas que enmarcaban aquella mirada tan especial.
La luna lucía alta sobre el cielo estrellado cuando dejó el lápiz sobre la mesa. Bostezó cansado. Sus manos estaban manchadas por el carbón de la mina y sus ojos, secos de mantener la atención durante tanto rato, parpadeaban con rapidez en un intento de conservar la humedad. Contempló con satisfacción el resultado de una tarde de intenso trabajo. Le había costado, pero finalmente, sintió que lo había conseguido; ante él lucía imponente el retrato de una joven de mirada oscura y soñadora.

viernes, 4 de enero de 2013

Paseo sin rumbo


Iba caminando tranquilamente, sin rumbo fijo, distraído, pensando en sus cosas y para cuando se vino a dar cuenta ya estaba ante aquella puerta. Su subconsciente le había llevado hasta allí. Se detuvo y contempló el reloj. Aún no era muy tarde, podía entrar un rato. Algo dentro de él se removió.  Hacía tiempo que se había prometido a sí mismo no cruzar es puerta de nuevo. Pero una vez delante de ella, no pudo resistir la tentación. Necesitaba saber si seguía ahí dentro. Tomó aire y cruzó el umbral. En el interior había gente y  hacía más calor que en la calle. Saludó al pasar, pero nadie le respondió. Inspiró. Aquel lugar seguía conservando aquel olor a humedad que tantas noches le había asaltado en sueños. Echó un vistazo rápido por los estantes, mientras paseaba tranquilamente, buscándola. Habían cambiado la disposición de muchas cosas desde la última vez que sus pasos, traicioneros, le habían llevado hasta allí. ¿Tanto tiempo había pasado? No podía recordarlo, no obstante, le pareció una eternidad, aunque sus sueños le transportaran a ese lugar con bastante frecuencia. 
Continuó caminando y entonces se encontró de frente con ella, al fondo de la estancia. Donde la recordaba. Iluminada por la tenue luz azulada de los tubos que iluminaban la habitación. Tenía brillo propio. Resaltaba sobre las demás. Se acercó para contemplarla más de cerca. Tenía unas curvas armoniosas, de belleza singular. Se hallaba ensimismado mirándola cuando una voz jovial a su lado le sobresaltó: "¿Le puedo ayudar en algo?".    "¿Podría tocarla?" dijo sin apartar la vista de ella; su voz tembló levemente. “Adelante, cógela” Le respondió
Lentamente extendió  la mano y la alcanzó. Su tacto era frío y suave. Sentía un agradable hormigueo en el estómago mezclado con el pesar de saber que nunca podría permitírsela. Había soñado tantas veces con ese momento…  Suspiró. Se sentó y la acomodó en su regazo. Acarició suavemente sus cuerdas y se produjo la magia. Un sonido cálido inundó toda la sala hasta apagarse y entonces supo que estaban hechos el uno para el otro y que no sería capaz de salir de la tienda sin ella.