Se despertó y miró a su lado. No había nadie. Como siempre, ella se había esfumado, volátil como el humo de un cigarrillo. Siempre desaparecía en ese instante en que él volvía cruzando la frontera que separa los sueños de la realidad. Aún no había dormido muchas veces a su lado, pero en su mente permanecía indeleble el recuerdo de sus amaneceres juntos.
Le gustaba mirarla mientras dormía; recorrer con la mirada su desnudez; escuchar el sonido suave y rítmico de su respiración; sentir como su brazo le oprimía dulcemente la cintura. Tenía que hacer un gran esfuerzo para no acercarse ella y besarla. De vez en cuando daba un respingo o sonreía y él se preguntaba, intrigado, qué estaría soñando. Hubiera dado cualquier cosa por detener el tiempo en ese instante.
El sonido del despertador lo arrancó de esa nube de pensamientos en que se hallaba sumido haciéndolo descender de nuevo a la tierra y recordándole que tenía un duro día por delante. Suspiró y volvió a mirar el trozo de colchón vacío. ¿Volverían sus sueños a llevarlo junto a ella esa noche?